POLÍTICA PÚBLICA DE BIENESTAR Y POLITICA FISCAL (SOSTENIBILIDAD)


Una política pública no puede basarse en supuestos asistemáticos (el sistema es bueno porque los protagonistas que lo integran son buenos): no es razonable esperar que los agentes económicos y sociales autocensura recurrentemente sus intereses propios y acepten pérdidas de bienestar individuales por el bien de los intereses colectivos.

De ahí que la responsabilidad de la protección del interés común se deposita cómodamente en manos de otro, de nuestros representantes. Esta delegación está implícita en las democracias occidentales y termina siendo ejercida por los políticos. Pero he aquí que a la vez que aceptamos la delegación, desconfiamos los ciudadanos de nuestros 'delegados', en su ejecución del día a día, vista la fragilidad en que la democracia electoral sitúa hoy los políticos. Así, el cortoplacismo político (o se ganan las elecciones y se tiene el poder o se desaparece de la contienda) hace que los ciudadanos no puedan esperar siempre de esta delegación la racionalidad colectiva adecuada, siendo la relación de agencia resultante fuerza imperfecta.

Obsérvese que no se trata de dificultar las decisiones en el corto plazo 'per se', sino de limitar las decisiones susceptibles de ser consideradas como tales para una política económica que se pueda entender como discrecional políticamente hablando (delegada), pero nunca arbitraria.

Esto debería llevar a establecer reglas en materia de política económica, capaces de evitar que se pueda perpetuar la acumulación de riquezas; antes lo contrario, forzando sus compensaciones: de desequilibrio exteriores, el ahorro y la inversión, al déficit fiscal, de mercado de trabajo según tipo de trabajadores, a los tratamientos fiscales por tipo de empresa, para tasas de interés bajas e inflación elevada, con interés real negativo como invitación a hacer borbotones y endeudarse..., aprovisionamientos anticíclicos, etc., evitando el arbitraje oportunista resultante de la falta de igualación del 'terreno de juego' para la actividad económica.

Este planteamiento de reglas se podría poner a discusión por parte de plataformas ciudadanas, transversales a los partidos políticos, de cara a buscar, en el velo de la ignorancia los impactos electorales, compromisos, previos a las mismas elecciones, que mejor garantizaran su cumplimiento.

Fuera de estos nuevos marcos, si la sociedad no alcanza la transposición de aquellas reglas ('Instituciones' en terminología de la nueva economía institucional), aunque resultará previsiblemente más complejo ya que el conflicto se trasladará miméticamente desde la política en la gestión pública sin matices: falta de credibilidad de los compromisos, interpretación, a conveniencia, de los contenidos de la delegación, decisiones coyunturales ad hoc, cambios repentinos de actuaciones en fraude de programa, etc. Todo ello hace que
cuestiones complicadas como quizás hoy la irrupción de nuevas prestaciones públicas nuevas coberturas de contingencias, compromisos presupuestarios plurianuales, etc., se resuelvan con mayor neutralidad, es decir, con una menor distancia entre las necesarias variables de política (la económica), y la instrumentación concreta y eficiente de los recursos, de acuerdo con sus efectos probados sobre la mejora del bienestar social.

En este sentido, en el presente proyecto se pretende reflexionar sobre algunas políticas públicas de bienestar, el gasto social y la política fiscal.


DESARROLLO DEL TRABAJO

Es conocido que la estructura básica de los acuerdos inspiradores del estado de bienestar se ha de revisar si éstos han de ser sostenibles. Preservar los fundamentos del Estado de bienestar significa hoy asentar mejor lo  que han sido sus dos grandes aportaciones: la ganancia de eficiencia que supone para la reducción de riesgos individuales, y la corrección de externalidades sociales.

En cuanto al papel del aseguramiento en el bienestar social, hay que distinguir en todo caso los elementos que tienen que ver con la incertidumbre (La posibilidad de quedar sin empleo, en situación de dependencia o enfermo) los que tienen en que ver con la posible 'miopía' del ciudadano derivada, por ejemplo, de no prevé correctamente algunos hechos previsibles. Así, para la jubilación, principalmente, no hay incertidumbre ya que es obligatoria y, por tanto, asegurable individualmente, y además, en sí mismo, mejora casi siempre el bienestar.

El primer aspecto de los mencionados, tiene que ver con la quiebra de mercado, el segundo lo es de tutela pública, como bien preferente, sólo mientras 'políticamente' se desee proteger. La otra fuente de ganancias de eficiencia tiene que ver, como hemos dicho, con la corrección de las externalidades que llevarían contrario a consecuencias como la infra inversión (en educación, investigación y desarrollo,...), y que gracias a la intervención del estado (Venciendo las restricciones de liquidez que de otro modo, por ejemplo la enseñanza, tendría, a cambio del valor esperado del capital humano como colateral), mejora la inversión en educación, ya menudo provoca sinergias para la mejora del capital social de una comunidad.[1]

Vale la pena destacar también que, adicionalmente a los beneficios anteriores, el estado de bienestar impacta en el ámbito redistributivo, tanto la búsqueda de los cambio Intrageneracionales (niveles de renta) como intergeneracionales (de manera implícita o explícita, a lo largo del ciclo vital) que mejor sirven el concepto prevalente de justicia social.

Hoy la demografía ha dejado de ser favorable respecto al acuerdo inicial sobre el que se fundamentaba el estado de bienestar. Un país no puede soportar el gasto social que se genera cuando una franja importantísima de población no trabaja porque 'lo deja' o porque 'no entra' en el mercado laboral (los jóvenes no consiguen empleo). Además, las nuevas generaciones, que son activas y ocupadas,  parece requerir para hacer compatible trabajo y garantías sociales (con impuestos, cotizaciones para pensiones), retrasar la natalidad o reducir el crecimiento vegetativo, lo que termina agravando los problemas de mantenimiento del propio estado de bienestar.

Cabe decir en todo caso que el rebote demográfico de menos niños y escasa conciliación laboral no es en este sentido exógeno en el estado de bienestar. Pero en cualquier caso, ambos problemas aumentan cuando, con la crisis económica, la base fiscal se erosiona y / o la mejora de la productividad no genera una compensación suficiente por la vía de el aumento de los salarios reales. La internacionalización económica dificulta además los aumentos de presión fiscal sobre bases nacionales estrictas, lo que limita la capacidad de mantener el pari passu de los aumentos del gasto total con el aumento de la financiación pública de este gasto. Adicionalmente, un incremento de la presión redistributiva puede tener un efecto llamada migratoria. Nótese también que, en el contexto actual, la fiscalidad ha ido avanzando por el camino de la capacidad recaudatoria, sacrificando si ha habido otros criterios de justicia fiscal (rentas del capital respecto de las del trabajo, imposición indirecta versus la directa; tratamiento de los fondos de inversión colectiva, rentas de extranjeros, imposición sobre herencias, etc.). Los que creen irremediable esta deriva, apuntan la búsqueda de los objetivos redistributivos por la banda del gasto; pretensión que no resulta sencilla sin romper el universalismo, que en sí mismo es menos redistributivo que la política target oriented o taylor made a las necesidades de los beneficiarios, que necesariamente debe ligarse a la prueba de medios.[2] De ahí que mientras los atributos del universalismo predominen y los valores culturales de la sociedad malinterpreten la incidencia redistributiva que supone la discriminación en las políticas públicas, será necesario no perder de vista los criterios de justicia fiscal que deben inspirar la imposición.

Por otra parte, el peligro radica en situarnos en supuestos de regresividad fiscal por el lado de los ingresos e insuficiente progresividad fiscal por el lado de sus aplicaciones al gasto público. Finalmente, en cuanto a las tecnologías de provisión pública y el coste de sus prestaciones, el estado de bienestar recoge actividades normalmente intensivas en trabajo, de manera que el gasto que se asocia está vinculada a la nombrada enfermedad de Baumol, que fuerza a un coste unitario de provisión superior al crecimiento general de precios. Esto hace que en términos nominales (y no necesariamente reales) el gasto social a cabe suponiendo un peso creciente en su ratio sobre el PIB, aunque dificultando el que debería ser su evaluación en términos reales y no nominales.

El sostenimiento del bienestar intergeneracional

Sería razonable en estas circunstancias establecer reglas intergeneracionales, por ejemplo, vistas las políticas ocupacionales, o las relativas a la edad de jubilación y las pensiones; entre los salarios de los activos, netos de impuestos y cotizaciones, y las pensiones; conjugando las transferencias monetarias con las prestaciones sociales en especie.

Muchas de estas reformas tienen, como ya hemos comentado, dificultad política de implementación ya que afectan intereses creados y / o colectivos con presencia electoral decisiva. De ahí que tenga sentido que algunas políticas, identificables como necesitadas de un pacto de estado, no se determinen en cuanto al contenido, esfuerzo que ha probado imposible a pesar de las buenas palabras, y se remita al pacto de procedimiento. Se trataría de poner en manos de un tercero, agencia, institución o autoridad en la materia, algunas de aquellas cuestiones, cara a emitir recomendación de reforma para hacer sostenibles las políticas, preceptivamente aunque si se quiere no vinculante. Óptimo sería que por esta vía se vincularan mejor las contribuciones de seguro social (con todas las plataformas explícitas por debajo y por encima que se decidan) y los beneficios esperados futuros de este seguro social (no individual, sino comunitaria, no actuarial ajustada al riesgo predecible). Este hecho permitiría, entre otras cosas, cambiar la base fiscal desde la renta familiar a la individual de los miembros de la familia. Otro ejemplo consiste en subsidiar la compra de servicios sustitutivos cercanos a la producción en el hogar (el cuidado de los niños y de la personas mayores en particular), de modo que beneficios sociales (pensiones incluidas) se correspondan mejor con los salarios.[3]

Por otra parte, si como resultado de la política anterior el salario no guardara relación con la productividad a causa, por ejemplo, de la imposición de un salario mínimo, tendría lógica subvencionar a la empresa por este mayor coste salarial.


CONCLUSIONES

La política pública de bienestar, especialmente relación a pensiones, salud, etc. debe establecerse con una clara responsabilidad fiscal, de tal modo que pueda existir una evolución intergeneracional positiva.

Por otra parte, y para el caso de Colombia, se debe reflexionar profundamente sobre el Estado de Bienestar, y la



[1] Holzmann, R; Jorgensen, S. 2000. “Manejo social del riesgo: un nuevo marco conceptual para la protección social y más allá”. Banco Mundial. Documento de trabajo (0006) sobre la protección social.
 
[2] Birkland, Thornas, /ln introduaion to tbepoli~.vprol"eSs:tbeories, concepts, and moclel o/ pub!i(poli~)" making, New York, M.E. Sharpe lnc., 2005.
 
[3] Banco Mundial. 2004. “Colombia: Recent Economic Developments in Infrastructure (Redi. Volume I, Executive Summary”. Unidad de Finanzas,

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